Allí donde sólo quedan los sueños


Él,
acarició su lacia y oscura melena pasando sus dedos entre los mechones, lentamente. Repitió el movimiento en varias ocasiones mientras ella dormía, mientras la observaba desde la cabecera de la cama, mientras poseía su imagen y la gravaba a fuego en su memoria, y en su corazón.

Se inclinó sobre ella y olió su melena, tenía un olor extraño, como a jazmín y flor de almendro, experimentó como si un enorme agujero negro arrastrase su percepción hasta cada una de las fibras de su pelo, donde se imaginó atado eternamente.

Y pensó que sería una dulce prisión donde cumplir condena.

Su único delito era amarla de una manera enfermiza, hasta el punto de querer consumir su esencia para hacerla suya. Quería emborracharse de ella, apurar la botella hasta no dejar ni una sola gota. Pero sabía que era un licor extinto, que debía racionarlo para que el placer de probarlo durase para siempre.

Cuando apartó el rostro de ella, el sueño, pareció querer abandonarla, como si las ansias de él por poseerla, hubiesen atentado contra sus cimientos y le hubiese echo salir huyendo de allí. Todo en la habitación se congeló cuando se movió, incluso hubo varios segundos en los que él ni siquiera respiró. Cuando el completo silencio hizo de la estancia su trinchera, el sueño regresó como un barco regresa a puerto guiado por un faro en noche de tormenta. Con precaución pero sin demora.

Se quedó allí, observándola, durante toda la noche. Memorizando cada expresión de su rostro dormido, cada milímetro de su piel que se dejaba ver entre las sabanas. Imaginó como sería besar sus labios, arañar su piel, saborearla. Pensó en como se sentiría estando dentro de ella, y no pudo evitar una fuerte erección cada vez que sus pensamientos se dirigían por los caminos del placer.

Cuando los primeros rayos de sol comenzaron a colarse por la ventana, decidió que ya era hora de marcharse. Acarició de nuevo su cabeza y olió su pelo aspirando tan fuerte, que el aroma le dolió como si le hubiesen aguijoneado el alma, después, depositando un beso imperceptible sobre su frente, dejó una flor y un papel doblado con forma de pajarita sobre la mesilla de noche.

Ella, se despertó bien entrada la mañana y se sorprendió al ver una rosa blanca y una pajarita de papel con algo escrito.

“Soñar(te) es mi única salida, pues nunca conseguiré hacer mío tu paraíso en ruinas”

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2 comentarios:

Sascha! dijo...

Sin palabras, me encanta como escribes, lo haces muy bien.

Dyanita dijo...

ahora que vuelvo al mundo de los blogs es un placer saber que sigues ahi, compartiendo esa especial manera de sentir el mundo.
Saludos desde .mx